jueves, 10 de noviembre de 2011

Anna en el bosque de Rishkov




A unas dos manzanas de mi apartamento hay un bosque. Los domingos todos los vecinos sacan a pasear a los hijos o dan una vuelta con sus labradores negros (hay una verdadera afición por los labradores negros) por el bosque. Muchas parejas hacen footing y otros como yo sencillamente nos estiramos sobre troncos a ver caer las hojas. El bosque cae hacia el mar. Entre el mar y una carretera. En un extremo el puerto con sus constantes martilleos y el sonido del tráfico que tiene una especial presencia en el bosque. Debe ser ese silencio que agudiza cualquiera de nuestros artificios.